sábado, 28 de agosto de 2010

My time is running out.

Cuando no te queda otra que rendirte.. Cuando no te queda otra que desistir de todo intento, de todo pensamiento, de todo sacrificio.. Cuando te toca todo eso, es que recapacitas y te autocagas a pedos. Pero, ¿por qué? Básicamente porque fuiste una persona arriesgada; pero no de aquellas que ganan y disfrutan, o de las que pierden con la cabeza en alto.. Sos una de las tantas que termina en papelón; en vergüenza, en escape, en llanto y desesperación. Y ahí es cuando aceptas la clase de persona que sos, la clase de vida que llevas.. Pensas y pensas cómo cambiarla, pero sabes que no hay forma. Intentaste mil veces mejorar, empeorar o simplemente mantenerte igual; pero siempre existía algo que te hacía ir en contra de lo que deseabas. Siempre había alguien para arruinarte el camino de vuelta a casa.

Muchas noches podes recostarte sobre una cama e intentar dormir.. Pocas son en las que concilias el sueño de manera inmediata, son aquellas noches que recibiste una mínima satisfacción antes de caer rendido ante la soledad.. O fue simplemente una noche en la que el motor de tu cabeza se detuvo en el momento justo y pudiste dormir. No sólo cerrar tus ojos y viajar de mundo, de realidad, de sentimientos, de posibilidades.. Escapar directamente de todo aquello que no dejó de perseguirte y atormentarte durante el día. Sino que controlaste a aquellas voces que no se pensaban callar.

O decidís caminar, antes de llegar a ese trono de piedra, a ese rincón vacío y lleno de hostilidad.. A ese rincón relleno de la “nofelicidad.

Pero qué, ¿de qué estoy hablando? Del estado previo a la depresión, donde te anulas y revolvés todo lo que podes llegar a pensar en 1 segundo. Revolvés profundo y encontras dolor, heridas; rasgas, hurgas y destrozas cada idea hasta estremecerte y caer en un simple y rápido pestañeo. Ese pestañeo que es una pequeña perilla hacia el presente. La activas, lloras; y volvés a fingir esa sonrisa que te sabes de memoria, que es como una caricatura, esos chistes improvisados que sorprendería a cualquiera que fuera consiente de tu estado emocional.

Esa risa contagiosa que ni el alma puede llenar.